“Me han ofrecido dirigir pero es entrar en una picadora de carne”, dice Diego Latorre. Lo dice en la misma TV que, muchas veces, no hace más que alimentar a esa “picadora de carne”. El silencio de sus compañeros en el estudio da todavía una dimensión más profunda al mensaje. No hay interrupciones, como casi siempre. Mucho menos gritos ni golpes bajos, ni bromas, ni nada. Silencio para escucharlo.
“Hay gente que la veo envejecer en pocos meses, hasta su aspecto cambian porque sufren. Pasa que la adrenalina y la vocación es tan fuerte, y la necesidad en algunos casos, que hacen que puedan resistir, pero es enfermizo lo que pasa dentro del fútbol”, sigue Latorre en el programa F90 de ESPN.
“Hablo con los protagonistas (jugadores y entrenadores) y cuando pierden se les hace imposible trabajar en la semana. Ni hablar de las barrabravas, gente que es violenta verbalmente, salís a la cancha y a los cinco minutos ya hay una prepotencia e insultos que afecta a la mente...A todos los seres humanos nos afecta vivir con esa violencia, con ese maltrato diario”, sigue Latorre.
No hay nada nuevo en lo que dice. Lo sabemos todos. Los que lo escuchan dentro y fuera del estudio. Y lo naturalizamos. “Por eso hay jugadores que canjean la competitividad que tiene el fútbol argentino por irse a jugar” a otro país. Porque la salud mental tiene un límite y porque “uno se siente hasta un delincuente cuando pierde. ¿Cómo puede ser?”.
Eso: ¿cómo puede ser? Latorre recordó las amenazas que sufrió en su momento el pibe de Vélez Gianluca Prestiani y dijo que admiraba “a los pibes de hoy que juegan, se reponen y salen a la cancha cuando los insultan y los aplauden a los dos partidos. Es un manicomio mental eso para los pibes”.
Ahí hay un punto. Para otros, esa jungla los hace hombres. Los foguea para debutar en Primera, luchar por no descender y adquirir la fortaleza necesaria para jugar luego en la Premier League o en la Liga de Bielorrusia, donde toque según el nivel. ¿Es necesaria esa jungla? ¿No hay posibilidad acaso de una formación algo menos despiadada?
Latorre, se sabe, llegó a la tele por su pasado como jugador. Aportó conocimiento, lenguaje y poca vanidad ante colegas que, tal vez, ni siquiera jugaron alguna vez un partido de barrio en cancha de once. Pero lo mejor no es eso. Sino la decisión que ratificó en su monólogo del jueves pasado en la tele.
“¿Cómo puede ser que perdés tres partidos y te hacen creer que es el fin del mundo o el apocalipsis? Yo no creo en eso y a mí no me la van a hacer creer. No voy a transmitir eso, trataré de transmitir una pasión más prudente, más amable y cordial con el público. Alguien me tildará de naif, pero no me voy a sentir responsable de generar un estadio de violencia permanente en el fútbol. Que lo hagan otros”, cerró Latorre.
Seguramente la jungla haya vuelto a esa misma tele apenas minutos después de sus palabras. No importa. Hay alguien, y no menor, que avisa que no cuenten con él para eso. Que no está dispuesto a naturalizar esa jungla. Y que nos dice que, además de jungla, negocio, locura, etc, el fútbol sigue siendo un juego.